Entré con mi madre y Christian (una víctima colateral) en una casa de reformas que era muy pequeña. Nos sentamos allí y una mujer de lo más agradable empezó a soltar palabras por la boca que jamás yo había oído.
Mañana del sábado. 12.00. Megacomplejo de Pordelanosa. De la Preysler ni rastro. Allí sólo había un tipo de esos que lleva traje en horario comercial pero que es un poco basto.
Comercial: ¿Y cómo queréis los suelos y las paredes?
Yo: el suelo oscuro y la pared blanco mate
C: ¿cenefas?
y: no
c: ¿vetas?
y: no
c: ¿nada?
y: nada
Pero no se quedó contento. Baldosa, parqué, granito, y así hasta lo que a mí se me antojaba una suerte de lista interminable. Pero además a la elección de los materiales también había que elegir el color de algo que se llama lechada. Que es eso que sale de las juntas de las baldosas.
Si fuera por mí dejaba todo como está. Pese a que en mi cocina no hay 5 cajones sino 4, porque uno de ellos, me dispuse a abrirlo y cerrarlo. El primer paso funcionó, el segundo no. Así que directamente se fue a la basura.
Mi cocina está llena de armarios superiores y con mi metro 63, me es imposible acceder a las partes altas, donde se acumulan los sobres de sopa instantánea y ese tipo de guarradas que solo buscas cuando estás a fin de mes. O como ahora, a 52 de enero.
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