lunes, 5 de mayo de 2008

Supercámara


Mi madre me ha hecho el mejor regalo de mundo: una cámara de fotos.
Gracias a ella (bueno, a ellas) podré documentar mis diferentes historias pues la llevo allá donde vaya.

De hecho, quiero dedicar esta entrada a una mujer que no sólo ha marcado mi vida sino a la que, además, admiro enormemente por ser una de las mujeres más fuertes del mundo: la señora Milagros.

Leo de signo zodiacal, Milagros nació en un pequeño pueblo allá por 1929. Los recuerdos que ella tiene de joven son más bien pocos, pues tuvo que trabajar desde muy pequeña y colaborar en la economía familiar. Con la llegada de la Guerra Civil interrumpió sus estudios aunque no su afán lector y de conocimiento.

La joven recatada y católica practicante se casó, poco después de la muerte de su padre, con un robusto harinero llamado Nicolás y oriundo del pueblo vecino. Con este hombre abrió una panadería en la que trabajó incansablemente hasta el día del cierre del horno. En ella vio nacer y crecer a sus tres hijos.

No obstante, yo la conocí mucho después. Entonces era una mujer que, a pesar de no trabajar en la panadería, trabajaba para todo aquél que tenía a su alrededor. Afeitaba, bañaba y cortaba las uñas a su marido. Cuidaba de sus nietos el tiempo que hiciera falta y sin rechistar, los educaba e incluso jugaba con ellos. Y ayudaba en las tareas del hogar a sus hijos siempre que podía.

Una de las características que yo más admiré fue la de soltar por la boca todo aquel pensamiento que llegase a su mente sin ningún tipo de tapujos. Así surgieron de ella frases tan míticas en mi repertorio oral como:
-¡Donde pago me cago! (haciendo referencia a que el cliente siempre tiene la razón)


- Pues unas gafas más feas no te podrías haber comprado, hija mía. (haciendo referencia a unas gafas Carolina Herrera de pasta de lo más mono y caro).


-¿Pero no has dicho que ibas a ir a la peluquería?
-Sí, claro.
-Joder, ¿y para eso has pagado? porque eso parece más una venganza que un corte de pelo.


Y ahora, pese a haber pasado muchísimo tiempo juntas, la edad ha hecho mella no solo en su cuerpo sino en su mente. A veces le juega malas pasadas y no la deja reconocerme. Pero yo sé que en sus ojos fatigados aún está ella: mi querida abuela.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Miles de millones de besooossss!
En cualquier ratico que el vecino me permite me paso por tu blog!
Te echo de menossss caiñooo!

El tatico...